MITO

Platón escribió sobre el alma. A esta le daba forma, en uno de sus mitos, de carro equino: conducido por un auriga y dos caballos: alegoría de la razón y de los apetitos nobles y egoístas respectivamente.
Un caballo se desligó de la armonía del conjunto y, seguido por su egoísmo, acabó sacando al carro de su perfección divina conduciéndola al mundo mortal; acabando en un cuerpo humano. Así se solucionó durante casi dos milenios la cuestión de la naturaleza egoísta de la persona. Hasta que se dio una nueva explicación, que seguramente se le pasó por la cabeza al famoso filósofo, pero se le debió olvidar exponer al populacho, quizá, por su tenebrismo y contraste frente a lo que ya estaba empezando a cocer: la  explicación del ente oscuro.

Si se observa la ramificación del árbol genealógico divino de la época greco-latina, y hasta si se remonta a fechas en las que el hombre era nómada, deduciremos que la justificación de por qué ``el mal´´ irrumpió en la realidad es a la armonía del equilibrio entre ambos y, en ciertos casos, para adornar más todavía la figura del bien, que nunca se ve superpuesto por el mal si se práctica la virtud, y es aquí donde retomamos lo que nos enseñó Platón.

¿Qué hace un caballo egoísta en este carro? Y otra pregunta todavía más sabrosa para la mente: ¿de donde salió?

La explicación que no se extendió respondía de una forma, quizá demasiado, trascendental el origen del dualismo entre el bien y el mal, y en qué momento, si es que existiera un momento preciso, en el que estos dos se separasen de la armonía divina para acudir y, como quiso explicar el primer mito, formar el mundo mortal.

Un descubrimiento de la oscuridad no significaría la búsqueda del mal, por que estos ya estaban descubiertos. Con este nuevo mito se intentó ofrecer la posibilidad de alcanzar conocimientos que hasta el momento se consideraban tachados de la realidad pues aceptaban la realidad de un ente que nadie supo dominar, como el caballo egoísta, pero que todos sufrieron sus efectos. Entonces, si se supieran controlar, como a dicho caballo, se podría retomar la dirección que mantuvo en su momento el auriga y retornar a la dimensión divina.