En ese trayecto, ruta que sólo los ancianos conocen y que ni los camellos se atrevían a cruzar, yo un joven occidental me vi entre sus brazos saharianos. Ande durante días, acampaba pocas horas para descansar en la noche pues era en esta cuando el calor menguaba, aproveché cada gota de agua, notaba que cada pisada me acercaba más a mi destino o me atraía al infinito del desierto en el que tantos se perdieron buscando su lugar...
Y un día ante mi me lo encontré, fue cuando mis pasos ya no andaban solos, fue cuando entendí que es imposible conocer el camino sin creer en el destino, fue en ese momento en el que comprendí que quizás tantas vidas se han escrito por el camino y que el sendero nunca está escrito. Ante mí se postro como hace un ciervo a los ojos de su cazador, me miró a los ojos y me tranquilizó las ganas de dar vuelta atrás, me dio fuerza en los pies y agua a los labios para saborear una luz que solo los pájaros saben ver, encontré mi horizonte; ruta de caminos que dan sentido al espíritu del andante.